Condecorada en siete oportunidades como la mejor jugadora de hockey del mundo, Luciana Aymar tiene una cuenta pendiente. Un sueño. Uno más en su carrera. Como lo hizo con todos los anteriores, ¿lo cumplirá? Aquel anhelo no es sino el tesoro que encierran los Juegos Olímpicos Londres 2012, a disputarse entre el 27 de julio y el 12 de agosto próximos. Se trata de la medalla de oro. "Es la única que me falta. No pretendo generar presión, pero la quiero. Y voy a entrenar y dar todo para ganarla", asegura la volante de la Selección Nacional en una entrevista exclusiva con Clase Ejecutiva.
Actualmente, las Leonas están en Paraná, en plena disputa del torneo Cuatro Naciones. En enero, la escala será Córdoba, donde la manada albiceleste enfrentará a los equipos de Corea del Sur, Nueva Zelanda y Gran Bretaña. Y tan sólo una semana después, jugarán el Champions Trophy 2012, en Rosario, ciudad natal de Aymar. Son fechas importantes porque representan la antesala de los Juegos Olímpicos con los que Aymar planea despedirse, definitivamente, del alto rendimiento.
En 2008, La Maga -apodo que cosechó a partir de su destreza con la bocha- fue reconocida con el título de Leyenda de la disciplina por la Federación Internacional de Hockey. No es casualidad. Aymar, junto al equipo nacional, ganó dos de los cuatro mundiales a los que se clasificó, y fue considerada como la mejor jugadora de la competencia en la edición celebrada el año pasado en Rosario.
Lo mismo ocurrió con los Champions Trophy: compitió en 12 oportunidades y logró el primer puesto en cuatro; la última en 2010, en Inglaterra, donde también fue señalada como la mejor jugadora. Son logros que apabullan, ¿verdad? Pues hay más. Triunfó con Las Leonas en los Panamericanos de Canadá (1999), Santo Domingo (2003) y Río de Janeiro (2007); y en la Copa de las Américas de Jamaica (2001) y de Barbados (2004).
Está claro que Aymar vive el deporte con una pasión que la trasciende. Tesón, esfuerzo, constancia y talento parecen ser las claves para semejante performance. Luciana, Lucha. Sí, con mayúsculas: porque es su apodo y porque es la constante en su carrera.
Hacia la corona de olivo
Una tarde de primavera en la que el sol no da tregua, Aymar acude a la cita con Clase Ejecutiva. Tan puntual como cuando tira con soberbia profesional al arco rival, llega impecablemente vestida para la sesión de fotos... pero sin maquillaje. Y, aunque no le hace falta para lucir radiante, prefiere tomarse un tiempo suplementario para aplicar unos sutiles toques de cosmética a su lozanía natural. Finalmente, está lista. Sabe posar. Lo hace sin esfuerzo y con naturalidad, reflejo de sus recientes incursiones en el modelaje. La lente de la cámara, entonces, hace lo suyo. Y en pocos pero certeros disparos, obtiene lo que quería. Llega el turno de la charla y la jugadora se distiende todavía más. Está claro que el hockey es el territorio de su pasión. Por eso, la voz, la mirada y hasta los gestos acompañan con coherencia las evocaciones de alegrías, angustias, triunfos y caminos que recorrió -y aún transita- en su desafiante carrera.
El año pasado se anunció que abandonaría el seleccionado luego del Mundial disputado en Rosario. ¿Por qué decidió continuar?
En realidad, nunca dije que me iba a alejar. En aquella época, por lo general, los periodistas me preguntaban si después del Mundial me retiraba. Yo quería desviar el tema porque lo importante para mí era tratar de disfrutar el momento. Lo que quise transmitir era que no sabía lo que iba a hacer y que si después del Mundial, pasado el tiempo de mi descanso, tenía ganas de volver, volvería. Si no, seguiría con mis otros proyectos. Hay muy pocos deportistas que pueden planificar con tiempo su retiro. Porque uno dice "el año que viene" pero, si después ese es tu mejor momento y te da físicamente... De todas maneras, lo más importante es lo anímico, porque el desgaste es muy grande y son muchos años de presión, más la carga de ser quien sos y de los torneos. Y la verdad es que terminó el Mundial, empecé a ejercitarme, me sentí bien y seguí jugando. Me propuse los Juegos Olímpicos de Londres 2012. Después de eso sí, obviamente, ya no voy a continuar. Lo puedo programar y de hecho lo estoy haciendo. Siempre voy a tener ganas de jugar. Pero me parece que ya está.
Entonces, estando tan cerca del retiro, ¿qué balance traza de lo que le enseñó el hockey?
Más allá de todo lo que pude haber ganado y de las amistades que hice en el país y en el resto del mundo, el deporte me ha dado la capacidad de asumir compromisos y responsabilidades, de tener continuidad y garra para determinadas cosas. Me doy cuenta de que mi capacidad de superación y de compañerismo, así como todo lo que pongo en un partido, lo traslado a otros aspectos de mi vida. Claro que hay otras cuestiones difíciles. Por ejemplo, soy demasiado exigente en el hockey y, sin querer, también en la vida. Entonces, muchas veces me choco contra una pared y me pregunto: "¿Por qué no puedo esto y aquello?". No me doy cuenta de que todo lleva un proceso; de que, a veces, las cosas no se pueden dar y de que hay que ir por otro camino. Por suerte, tengo mi entorno que me dice que no tengo que frustrarme demasiado rápido. En el deporte las cosas se me dan por el talento, porque lo he estudiado y le he dedicado mucho tiempo; mientras que, a otros aspectos, los he dejado más de lado. Por eso, de grande he tenido que aprender, entre otras cosas, a relacionarme de otra manera con mi pareja, con mis amigos, tratando de no ser tan exigente.
Escalera a la fama
Lucha Aymar comenzó a familiarizarse con el hockey a los 8 años. Por entonces, también practicaba danza, patín y natación para solucionar algunos problemas posturales. Por si fuera poco, disfrutaba incluso del voley y tomaba clases de inglés. "A mi mamá la volvía loca mi hiperactividad. Somos cuatro hermanos, así que imaginate (risas). Pero, en realidad, era mi hermana, que es un año mayor que yo, la que me iba a buscar a danza para llevarme a hockey a escondidas". Por entonces, la pequeña Luciana era tan sólo una cachorrita que encontraba en ese deporte una excusa para seguir en contacto con sus amigas. Pero el horizonte de la futura leona comenzó a dibujarse pocos años después.
"A los 10 o 12 años empecé a ver a la Selección Nacional y a soñar con ponerme una camiseta de la Argentina y cantar el himno en un estadio. Hacer goles en los torneos era lo único que me importaba. Miraba a las chicas del seleccionado y pensaba lo lindo que sería estar ahí y vivir de lo que a una le gusta hacer. Y bueno, cuando tenía 15 años me llamaron de la Selección junior: apenas fui, me convocaron para la mayor. A partir de ahí, se me fueron dando las cosas. En ese momento, el hockey era sumamente amateur, no había ni becas del Estado. Pero jugaba porque me apasionaba y mis viejos me bancaban. Jamás pensé que iba a llegar a este presente. Sólo me concentraba en disfrutar". Sin embargo, intuyó que podría hacer del hockey una forma de vida cuando recibió, con poco más de 20 años, su primera beca. Aclara que era reducida y sólo para cubrir algunos gastos pero que, con el tiempo y "los triunfos colectivos del equipos y los míos propios, algunas empresas se acercaron tanto a la Confederación Nacional de Hockey como a jugadoras individuales".
De todas maneras, fue mucho antes, apenas entró al seleccionado mayor, que se sintió una profesional. "Me dedicaba full time. Entrenaba en Rosario, jugaba los sábados con el club (N. de la R: Se inició en el Atlético Fisherton, para pasar más tarde al Jockey Club) y los domingos venía a Buenos Aires. Mi vida era una locura. Y lo sigue siendo", asegura, entre risas. Recuerda que los domingos a la noche "prácticamente no dormía porque me ponía nerviosa. Me levantaba a las 2.30, me iba en taxi hasta la estación de micros y tomaba uno a las 3. Llegaba a Buenos Aires a las 7.30 y a las 8 empezábamos a entrenar. Me quedaba de lunes a jueves y volvía a Rosario hasta el domingo".
En esa etapa, ¿vivió momentos realmente difíciles en los que se planteara abandonar todo?
Creo que fue hace mucho. Primero, cuando tenía 18 años y quedé afuera de los Juegos Olímpicos de Atlanta. Era el primer torneo para el que me había entrenado y fue duro. Tenía, de todas maneras, tanto por delante que la angustia se me pasó rápido. Y después, entre los 19 y los 23 años, se me hizo muy difícil y pesado todo. En ese momento, la jugadora del interior viajaba, se quedaba en Buenos Aires y no hacía más que jugar al hockey. En cambio, las otras chicas tenían su vida, su casa y, cuando terminaban de entrenar, se iban a estudiar, a trabajar o a pasar tiempo con su familia o con su novio. Nosotras nos quedábamos solas en el Cenard (N. de R.: Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo). Solas. Y la cabeza, cuando estás sin hacer nada, te carbura muchísimo. Añoraba una vida normal y extrañaba a mi familia, con la que no podía compartir nada. Lloraba o me reía sola, más allá de que estaba con Soledad (García) y Ayelén (Stepnik).
Entre nosotras formamos un vínculo muy fuerte, hacíamos de hermanas y de tías. Hasta los 23 años, entonces, tuve muchos momentos en Rosario en los que lloraba cuando armaba el bolso y me iba hasta la estación. Y mi mamá me decía: "Basta: te quedás. No sufras más". Pero yo seguía porque sabía que llegar al Cenard, ver a mis compañeras y entrenar era lo mejor que me pasaba en la vida. Así que sí, tuve momentos de no querer saber más nada del hockey, pero siempre me ganó la pasión. Porque es en la cancha donde puedo expresar todas mis sensaciones y sentimientos.
Una vez que decidió seguir adelante, ¿cómo la impactó la osteocondritis en la rodilla izquierda que sufrió en 2007? ¿Temió no poder continuar?
Sí, fue la lesión más grave de mi carrera. Fue previo a los Juegos Olímpicos de Beijing y me dejó parada unos cinco meses en los que lo único que podía hacer era bicicleta. Y yo necesito entrenar. ¡Adoro entrenar! Encima, estuve dos meses en Buenos Aires en los que no me recuperaba. Entonces, mi traumatólogo me dijo: "Esta lesión depende mucho del estado anímico. Quizás te convenga irte a Rosario con tu familia y atenderte allá". Así lo hice. Y pasé de no saber si iba poder participar a estar perfecta para entrenar y llegar a Beijing.
Políticamente correcta, Aymar apunta que, en momentos como esos, sólo se siente tristeza aunque también agradecimiento por todo lo conseguido gracias al deporte. Unos segundos después ríe, pícaramente, y se sincera: "La verdad, en lo único que pensaba era en recuperarme. Y si lo logré fue tanto por el apoyo incondicional de mi gente como por mi capacidad mental para pensar que podía lograrlo".
Cosechó infinidad de premios y triunfos. ¿Cuáles fueron los grandes momentos de su carrera?
Recuerdo mucho los dos Mundiales que obtuvimos. El de Perth, Australia, lo ganamos en 2002 y consolidó un cambio rotundo en el hockey para la Argentina que se había iniciado en Sydney (N. de la R: Se convirtieron en Las Leonas a partir de esos Juegos Olímpicos, celebrados en 2000, en los que la jugadora Inés Arrondo dibujó un logo con la figura de ese animal que les dio fuerzas ante las adversidades que finalmente pudieron superar para obtener la medalla de plata). A partir de ahí, el hockey pasó a ser el primer deporte femenino del país. Para mí fue una satisfacción muy grande: por todo lo que habíamos entrenado, porque ganamos con muchísimo esfuerzo y dedicación, casi en el anonimato; y porque formábamos un grupo muy lindo.
En general, el ganar torneos va acompañado no sólo de mucho entrenamiento y de un buen cuerpo técnico, sino también del grupo que, si está bien anímicamente, puede lograr cualquier cosa. En cuanto al Mundial del año pasado, creo que fue el mejor momento de mi carrera. Porque fue en Rosario, porque estuvo presente toda mi familia, porque lo ganamos y porque salí mejor jugadora del mundial. ¡No me faltó nada!
La experiencia acumulada suele prometer mejores resultados profesionales. Sin embargo, en el deporte, el tiempo puede convertirse en enemigo del rendimiento. Como jugadora, ¿se siente más madura que cansada?
Tengo una capacidad física diferente a la que tenía a los 20 o 25 años, es lógico. Quizás antes corría demasiado, sin madurez y sin entender completamente el juego. Pero no me importaba ni a mí ni a mis entrenadores porque, aunque derrochaba capacidad física, lo cierto es que la tenía en cantidad. Ahora la reemplazo con mi inteligencia dentro del campo de juego a partir de mi experiencia y mi madurez deportiva y personal. Busco mucho más los momentos para atacar y hacer determinadas cosas en la cancha, sin desperdiciar energía porque sé que tengo 34 años y debo llegar bien hasta el último partido. También cambian las cargas de entrenamiento. Hoy, es más calidad que cantidad: me siento con mis entrenadores a planificar qué debo ejercitar y a analizar en qué torneos y en qué partidos me conviene jugar y durante cuántos minutos. Antes no lo programaba tanto.
Tampoco hoy manejará la presión de la misma manera que lo hacía antes...
¡No! (exclama aliviada). Cuando tenía 20 años me dieron el primer premio como mejor jugadora del mundo. Y, la verdad, fue una tormenta terrible. Era muy chica y no sabía como llevarlo. Me costó un tiempo largo darme cuenta y hacerme cargo de la calidad de jugadora que era. No tomaba dimensión e, incluso dentro de la cancha, no quería hacerme responsable de lo que representaba. Fue una mochila muy pesada. Pero con terapia y el apoyo incondicional de los entrenadores y de mi familia, pude empezar a disfrutar de todas esas presiones. Siempre digo que el deportista de alto rendimiento debe tener al lado a un terapeuta. Hoy disfruto plenamente de ser quien soy y me encanta la responsabilidad que tengo. Soy la misma, gane o pierda. También tengo mis momentos de angustia porque, como te dije antes, soy muy exigente. Pero después, por suerte, tengo la capacidad de levantarme con mucho más optimismo.
En los Panamericanos de octubre perdieron la medalla de oro por primera vez en la historia de Las Leonas. ¿Fue un golpe muy duro?
El tema es que estamos mal acostumbradas. Lo hemos charlado entre nosotras y la verdad es que no nos gusta el resultado porque era un torneo que se podría haber ganado. Nunca encontramos nuestro mejor momento en la cancha y ninguna estaba bien como para contagiar a las otras. Estábamos con el pie izquierdo y se notaba. La verdad es que, cuando terminó el partido, la pasé muy mal. Perder fue duro. Pero, después de unos días, me di cuenta de que uno también aprende de lo malo. Creo que este equipo tenía que pasar por esa derrota por alguna razón. Quizás nos sirva para entender que hay que levantarse con mucha más fuerza. Ahora, el objetivo son los Juegos Olímpicos de Londres y, para ganarle a todos los equipos, que son muy fuertes, hay que hacer las cosas de manera diferente.
Hockey para todos
Aymar se reconoce familiera y asegura que es poco probable que decida irse a vivir sola a otro país. Tuvo experiencias en Alemania -en el club Rot Weiss Köln, con el que se consagró campeona de la liga germánica- y en España -en el Real Club de Polo de Barcelona, con el que ganó la liga ibérica y la Copa de la Reina- pero sólo por cinco y seis meses, respectivamente. "Disfruté muchísimo porque fueron experiencias que implicaron, sobre todo, un desarrollo personal. En España, también lo fue a nivel económico. Y estaba muy contenida por mi familia porque tengo primos y tíos allá. Pero mis proyectos están acá. Soy bastante estructurada: tener horarios y rutinas de entrenamiento te forma en ese sentido. Pero se que es imposible tener todo pautado y, por cómo se fueron dando las cosas en mi vida, soy una persona que se abre a las opciones. Veo lo que me gusta y decido qué hacer a medida que las cosas van surgiendo".
Más allá de estar todavía enfocada en los desafíos por venir, ¿ya comenzó a delinear su futuro lejos de la competencia de alto rendimiento?
Estoy encarando algunos proyectos que siempre tuve en mente. Pero es muy difícil que el deportista, mientras está compitiendo y entrenando, pueda ocuparse de otras cosas porque, quieras o no, todo eso te saca de foco. Y, especialmente nosotras que jugamos un deporte amateur aunque profesionalizado, tenemos que tener la mente puesta en el seleccionado. Ahora, con Carlos y Michel (N. de la R: Carlos Prunes es su representante y Michel Gurfi, actor, es su novio) estamos trabajando para llevar a cabo esos proyectos sin que yo me desgaste tanto. Uno de ellos es Hockey Gol (N. de la R.: Convoca a jugadoras históricas y actuales del deporte del palo y la bocha a una jornada abierta al público, que incluye partidos, shows y sorteos). La idea es continuar, siempre con ex jugadoras, porque me gusta que la gente las reconozca por todo lo que hicieron. Estoy contenta: hacerlo me da mucha felicidad. Y tengo muchas otras ideas en mente como escuelitas de hockey con mi nombre en toda la Argentina. Ya me las están pidiendo en muchos lugares pero hay que empezar de a poco, recién cuando yo termine de jugar.
¿Le gustaría convertirse en entrenadora?
(Ríe) La verdad es que no lo imagino. Me han llamado de varios lugares, incluso de la India, para ir a entrenar a los seleccionados. Puede estar en mis proyectos a futuro, no lo descarto, pero hoy por hoy me interesa mucho más desarrollar el hockey en mi país. Quiero que todas las provincias, todos los pueblos, tengan su cancha y que la disciplina sea más mediática y que no sólo se transmitan los partidos de Las Leonas.
¿Y continuará con sus incursiones en el modelaje o como embajadora de marcas?
En realidad, no lo considero una ocupación sino una oportunidad que vale la pena aprovechar para abrirle la puerta a otras atletas. Porque, más allá de la mujer deportista y su apariencia estética, lo que más me atrae es que se vea, a través de las marcas, los valores que transmite el hockey
Fuente: El Cronista
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