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viernes, 20 de julio de 2012

Luciana Aymar sin camuflaje


No fueron pocas las veces que, en plena madrugada, Luciana Aymar recorrió el trayecto desde su casa hasta la terminal de ómnibus de Rosario con lágrimas en los ojos. Tenía que tomarse el micro hasta Buenos Aires para los primeros entrenamientos con las que aún no se conocían como Las Leonas. “Era levantarme a las tres de la mañana para llegar a las siete, a las ocho entrenarme y luevo volver a mi ciudad.

Así de lunes a viernes. Tenía 17 años y fue traumático. Incluso me agarra cierta angustia cuando lo recuerdo. Pero me ayuda, sin dudas, me hace valorar todo lo que tengo hoy. Lo que tuve que pasar me permite sentir pasión por lo que hago. Fue duro, pero tampoco fui la única que hizo esos sacrificios”, le explica Lucha, de 34 años, a Olé .

-Momentos que definen el seguir o el abandonar todo...
-Sí, y tuve mis momentos... Pero siempre conté con mucha determinación. Yo lloraba y pataleaba y mi mamá me decía: “¿Estás segura Lucha, te vas a ir llorando?”. Pero yo llegaba, entraba a una cancha y era feliz, me cambiaba la vida... Ya sabía lo que quería: vivir de esto, ser distinta y reconocida. Tenía claro adónde quería llevar al hockey...

-¿Vos a esa edad ya querías llevar al hockey a algún lado?
-Sí, sabía que si quería vivir de esto tenía que generar una revolución en el hockey en la Argentina. Siempre soñé con eso, era mi objetivo.

-¿Una revolución? Es loco que tuvieras ese objetivo.
-Muchas veces, hace diez años, no se le daba la importancia a ganar una medalla o un Mundial. Hoy sí. Y me pone muy feliz.

-¿Hubo un click para pasar a ser una número 1?
-Un click, no. Es parte de mi forma de ser. Si me hubiese quedado con haber ganado un Mundial, estado en un Juego o logrado un premio como la mejor jugadora del mundo, se habría terminado mi carrera. Pero tuve la capacidad mental de decir “esto ya está, ahora vamos por esto otro”. Siempre creo que tuve ambición, mentalidad para ir por más, por cosas nuevas. Nunca pienso en lo que gané más allá de lo que valoro. Lo dejo en una vitrina, no lo llevo a los entrenamientos...

-¿Cómo es ser una Nº 1 en lo tuyo? ¿Cuánto te cambió?
-Te cambia todo. Ya sos una persona pública, tenés que ver tus actitudes, lo que decís, las formas y las responsabilidades. Pero ojo que yo fue siempre más partidaria de transmitir con hechos y no con dichos.

-Sos muy exigente. ¿En qué medida eso lo trasladás a tu vida cotidiana? ¿Te complica?
-Es complicado (se ríe), es muy difícil separar las cosas. No sé si alguien puede. El que es exigente sin querer lo lleva al día a día en la vida cotidiana. A mí me pasa. Si vos me ponés esto acá, yo te digo “va acá”. No sé por qué, pero es así (se ríe). Y así somos los deportistas, muy estructurados. Y más si el triunfo se logró por ese camino. Uno lo va a seguir... Y luego es muy difícil ser distinto en la vida. Vos sos siempre exigente en cualquier aspecto y no está bueno, porque también lo sufrís. Cuando algo no te sale bien, es una frustración muy grande.

-¿Trabajaste el tema con tu psicólogo?
-Sí, claro, lo trabajé y lo sigo trabajando. Para estar lo más relajada posible en la vida. En el deporte no lo quiero cambiar porque así me fue bien, pero en la vida uno debe estar más relajado.

-¿Cómo manejás el tema del ego? Los N° 1 suelen tener mucho.
-Sí, eso depende de cómo lo ve cada uno. A veces pasa que vos no tenés un buen día, estás cansado y te piden un autógrafo o una foto y sólo te querés ir... Y la gente dice “viste, es un soberbio, cero humildad...” También somos seres humanos con problemas y malos días.

-¿Te tocó bucear en tu ego para bajarlo? Es clave para llegar a ser top, pero...
-Uno puede pensar en cómo tener siempre los pies sobre la tierra. Uno puede ser exitoso y famoso, pero hay cosas que tenemos que hacer... Yo tengo un mal entrenamiento y quiero matar a alguien, ya me quiero ir. Pero veo tanta gente, chicos; me detengo y pienso ‘tranquilizate, relajate, tenés que pasar a ser Luciana, no Lucha...” Ahí tenés que entregarte a la gente. Yo incluso les digo cuando estoy mal... Me tiran “sonreí...” y le digo “pará, sabés el mal día que tuve hoy, comprendeme por Dios”.

-¿Te costó manejar el reconocimiento, lograr disfrutar?
-Es todo un tema que sufrí en el 2002 y 2003, luego de ganar el Mundial y que me eligieran la mejor del mundo. Fue duro pasar de ser una desconocida a que te pare todo el mundo, me griten por un peaje.... No entendía nada. Me decía “yo busqué todo eso y ahora no me lo banco”. Hoy disfruto el recorrido que hice y ser quien soy más allá de que a veces salga camuflada (se ríe).

-¿Cómo te camuflás?
-Con lentes, gorra... A veces no sé qué más ponerme... De repente mi vieja “me dice ¿me acompañás al shopping?” y yo le digo “¿al shopping?”. Me pongo de todo y voy, luego me reconocen, termino firmando autógrafos y no pasa nada. Pero es un momento para estar con mi vieja, ¿me entendés?

-¿Qué gesto de la gente te llamó la atención?
-Lo que me sorprendió es que muchos se me acercaron para decirme que, gracias a Las Leonas o a mi forma de jugar, salieron de una depresión, volvieron a hacer cosas de su vida que tenían pendientes o retomaron una relación con un familiar con el que estaban distanciados. Se ve que nuestro equipo llega emocionalmente al corazón, como si fuésemos una selección terapéutica. Y eso me pone muy feliz. Me llena.

Fuente: Olé

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