Escondida en la biblioteca del colegio donde trabajo, sentada frente a una compu, lloré. Lo hice de felicidad pero también como descarga, Un mar de sentimientos encontrados me invadía: la tristeza de saber que no veríamos a las Leonas subirse a un podio esta vez y la inmensa emoción de haber sido testigo de la historia escrita por los chicos.
Seguro que alguien dirá que exagero, que es un juego, que no da tanta cosa por un par de partidos de algo que la mitad de la gente no conoce. Pero esos no tienen ni idea de lo que es vivir y respirar hockey. De por qué una multitud se la bancó estoícamente bajo un diluvio para alentar a las Leonas a remontar el 0-3. De cómo un grupo de tipos bien machitos no eligieron la redonda o la ovalada para deleitarnos con la magia imposible nacida del talento, bocha y palo. De lo difícil y esforzado que fue el camino para que estos equipos lleguen adonde llegaron.
Van a decir que Holanda pasó por encima a las Leonas y que los pibes ganaron porque Alemania tuvo un mal día. Permitanme corregirlos. Argentina puso todo de principio a fin, mostró talento y garra; cometió errores y tuvo también aciertos. Pero ganar o perder es algo que los humanos sólo podemos desear, sólo podemos trabajar para inclinar la balanza para lograr lo que buscamos. No conozco a nadie que quiera ser un perdedor y es imposible que todos ganen.
Esta vez la euforia del triunfo es masculina. El llanto triste tiene cara de mujer.
Los Leones consiguieron lo que nunca: poner a nuestro hockey masculino en una final olímpica por primera vez en la historia. Y si no le hubieran ganado a Alemania, igual hubieran dejado una marca inédita. Pero no sólo vencieron al bicampeón olímpico: LO GOLEARON. ¡Cómo no emocionarse viendo tanta entrega y tanto hockey!
El maldito equilibrio cósmico puso del otro lado a las Leonas, un equipo que jamás se rinde, que debió batallar cuestiones ajenas a los limites de la cancha hasta llegar a Río. Cinco entrenadores en tres años, cada uno con su idea, la salida de jugadoras históricas, el debut de las más chicas, las lesiones, la reconstrucción...
Lloré. Me emocionaron. Se me hincha el pecho al hablar de estos equipos. Me consta lo mucho que han trabajado, entrenado y dejado de lado por vestir la celeste y blanca.
Las medallas son hermosas pero el orgullo de saber que nadie regaló nada en el duro camino transitado, es mas lindo que cualquier trofeo. Es revalorizar el proceso y dejar la cancha cabeza en alto y sin reproches.
Sigan escribiendo la historia.¡Vamos por más! ¡Vamos Argentina!
Gaby Faccennini
Gaby Faccennini
Fotos: Getty Images
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